Hasta hace un par de años la imprudencia de mi pensamiento me llevaba a afirmar de forma segura, aunque precipitada, la inexistencia del amor; entonces no tenía argumentos —y tal vez ahora tampoco— para expresar lo que pensaba, lo que me transformaba más bien en una especie de Nietzsche enojado con Dios. Ahora, afortunadamente, y con el transcurso de la vida y el desarrollo de mi frágil pensamiento, puedo decirles que ese enojo ha desaparecido —para convertirse en odio quizá— arrojándome a un abismo desde el cual puedo afirmar su existencia y al mismo tiempo su muerte. Sé que quizá algunos me objetarán que en el desarrollo de mis elucubraciones se cuela una que otra contradicción, pero ¡amigos, nosotros mismos somos una contradicción andante!, y la lógica en cuestiones amorosas tiene las puertas más que cerradas pues aceptando a esta última como la máxima expresión de la razón (al menos para algunos) déjenme expresarles una atinada y casi certera frase expresada por una gran señora en alguna de sus películas: “La razón y el corazón nunca se entendieron”[1].
Desconozco los hechos por los cuales el tema del amor despierte en mí desde hace algún tiempo un desmedido interés —y con seguridad puedo afirmar que no soy la única atraída por él, ya mucha tinta ha corrido por su causa—, quizá por su complejidad para definirlo, pero sobre todo para expresarlo o sentirlo. Aunque sé bien que las conclusiones regularmente van al final, me gustaría darle la vuelta a eso para después explicarles o al menos tratar de vislumbrar lo que me llevó a pensar en ello. Como lo expresé al inicio, he dejado de pensar que el amor no existe; por el contrario, ahora, afirmo su existencia, pero el asunto es mucho más complicado que eso, lo que en este momento pienso es que algunos seres humanos somos incapaces de sentirlo en su forma más pura y confundiéndolo, la mayor de las veces con otro tipo de afecciones, desembocando todo en la muerte del amor por nuestra propia mano.
A todo esto, es primordial, antes de revelar cómo es que me he convertido en una asesina de Eros, que defina o al menos intente dibujar una imagen de lo que es el amor al cual he maculado. Definir el amor suscita ya un conflicto, quizá sea algo parecido a lo que ocurre cuando hablamos de Dios, ¿cómo definir a Dios y como definir al amor?, será realmente Eros su retrato, o un asesino más de él. El amor es un sentimiento, una afección que a la vez es la una mezcla de muchas emociones, es el deseo por algo o alguien que en muchas ocasiones puede llegar a tomar el timón de nuestra voluntad, encaminando el barco en un naufragio que nos ha de llevar hacia el objeto que es la causa de tal afección.
Sucede muy a menudo que el amor se confunda con otro tipo de afecciones, por lo cual me parece muy atinada la distinción que hace el filósofo argelino Derrida en el documental (del mismo nombre) realizado en 2002, cuando la persona que lo está entrevistando le pregunta: “¿Qué puede decir sobre el amor?”; este responde que no puede decir nada, pero termina por distinguir del amor dos preguntas importantes: ¿qué? y el ¿quién?, es decir, que cuando decimos que amamos a alguien, por un lado podemos decir que amamos a esa persona por ser esa persona, o sea, amamos el quién de la persona, su absoluta singularidad como lo menciona Derrida; o bien, podemos decir que amamos ciertas cualidades de la persona, es decir, que amamos el qué de la persona, una vez que caemos en esto último, es más probable que ese amor llegue al fracaso, puesto que habrá un momento en el que esa persona no cumpla con aquello que amábamos de ella, o que encontremos a alguien más que cumpla con los mismos rasgos que nos parecían atractivos de la primer persona, y entonces dejemos de amarla, aunque, como bien dice este filósofo, el amor hacia alguien empieza precisamente con el qué, pues la atracción inicia con las cualidades que podemos distinguir en alguien y que son causa de nuestro deseo.
Según estas palabras de Derrida, yo me atrevería a decir que el amor, es amar el quién de la persona, amarla por ser un conjunto de cualidades —una infinidad de qué— que hacen de esa persona la persona que es, amar su esencia, amar todo lo que la conforma, sin centrarse en una sola cualidad, amar incluso aquello que de ella nos desagrada, así mismo, puedo decir también del amor que es algo que se opone totalmente al egoísmo, pues cuando uno ama a una persona, el bien propio deja de ser una prioridad, pues ahora hay una comunión con el ser amado, y lo importante es el bien de los dos o incluso se concede prioridad al bien de la persona amada, hay en ellos una especie de simbiosis.
El amor puede tener muchas formas o diferentes objetos, de ahí que la orientación cambie y la experiencia también. Eric Fromm habla sobre:
Amor fraternal, amor materno, amor erótico, amor a sí mismo y el amor a Dios.
—Fromm, 1986—
Pasa sobre todo cuando el amor es de pareja o erótico, llega a ser confundido con una necesidad o costumbre hacia la presencia de la persona que es causa de nuestro amor. Lo que a mi parecer alimenta este tipo de concepción es principalmente el mercado del amor; con esto me refiero a cuestiones que van desde la literatura, que ha sido como el semillero del tema, ya que al surgir las novelas románticas la idea del amor comenzó por propagarse desmedidamente. El cine es también otro comerciante del amor, teniendo su mayor expresión de esto en los chick flick que muchas de las veces han degenerado de alguna manera la idea del amor, más que nada cuando suponen que su base es la búsqueda de una pareja que llegue a completarnos —¿qué acaso una persona sola no está ya completa, o en qué momento se partió?— este tipo de romanticismo banal que vulgariza el amor, genera en los individuos cierta desesperación por encontrarse en alguien más, una búsqueda sin fin de su media naranja, aquello que habrá de completarlos, convirtiendo el amor, en una necesidad de unificación con alguien más sentenciando de esta forma que, en la soledad no puede hallarse, y deviniendo todo en que ese sentimiento puro, que había ocupado la reflexión de muchos pensadores, es ahora solo un producto mercantil y frívolo, en cuestiones económicas. Y ni hablar de la música, que no se cansa de desgarrar corazones siempre con el mismo patrón de fracaso amoroso, que ayuda a que la letra mientras más dolorosa, sea mejor y más rentable.
Estos y muchos otros ejemplos, que seguro han de tener en mente, nos muestran de alguna manera la forma en la que solemos errar los asesinos amorosos cuando nos referimos al amor, pues solo compramos ideas, que no rayan siquiera en la verdadera esencia de este excelso sentimiento. Siguiendo con esto, otra de las confusiones comunes del amor y su significación, engloba a aquellas concepciones del mismo [amor] en las cuales se ve al objeto de nuestro amor, como una pertenencia —y es en esto en lo que me quiero centrar más adelante; que tiene mucho que ver esa idea de la otra mitad— pues confunden al amor con una posesión, no sé realmente qué es lo que nos lleva a cometer tan terrible desorden, ya que se supone, el amor debería darte libertad en el amar mismo, no hay necesidad de sentirnos dueños de nadie para demostrar que le amamos, lo último que alguien que quiere ser amado necesita sentir es que su amante lo ponga en una jaula cual animal en exhibición, y ese puede ser el problema, esa necesidad de posesión se extiende a cada uno de los aspectos en nuestra vida, necesitamos sentirnos tan dueños de todo para que nadie se crea dueño de nosotros mismos, y al final terminamos encerrados en la misma jaula de vileza, creemos que amar y poseer tienen connotaciones similares, y probablemente esto tenga mucho que ver con la confusión entre saciar un deseo, y el intentar poseer un objeto, y el amor no puede ser nada de esto.
Pero ¿cómo amar sin poseer?
Llevo tiempo preguntándome esto, he invertido tantas horas en la posible conciliación del amor y la posesión, que solo he logrado llegar a circularidades que no me plantean salida alguna y cada vez me hacen llegar a la misma conclusión: ¡Los seres humanos somos —algunos, quizá la mayoría— incapaces de amar sin poseer! Digo esto porque en mi opinión el amor, como dije anteriormente, no implica o no debería implicar posesión, en el momento en que entra la posesión aquello deja de ser amor. Hace algún tiempo se cruzó en mi camino la novela El amor de Platón de Leopold von Sacher-Masoch, en ella se plantea de manera maravillosa una concepción del amor descrito como un amor espiritual, pues el protagonista obsesionado, claro con El Banquete de Platón, va enamorándose por la vida de hermosas mujeres, pero su amor siempre va acompañado del silencio, nunca se atreve si quiera a hablarles, piensa que cada vez que ame a alguien lo amara así en silencio pues cuando el deseo se cruce entre él y el amor, inevitablemente le llevara a la posesión y en ese preciso instante acabará el amor, al poseer a una de esas mujeres, cuando le haga el amor, ahí mismo será un asesino de este [amor].
El amor es para mí en esencia esa entrega espiritual a otra persona. Uno entrega su propia alma a otra alma. Creo que cada persona siente ese bello impulso.
—Sacher-Masoch, 2004—
Tal vez sea esta una idea muy romántica y casi imposible de llevar a cabo para cualquiera de nosotros, un amor espiritual sin pretensión de posesión de ningún tipo, ni física ni espiritual, amar espiritualmente es amar la esencia del otro, llenarnos de ella y dar la nuestra al mismo tiempo, sin que ninguno pierda nada ni posea nada, solamente como un alimento del alma, algo así como un goce estético, en el cual también está la libertad del ser, y mientras digo esto me parecen tan pocas las palabras para tratar al menos de dibujarles una imagen sobre ello, amar espiritualmente es amar completamente, eso es para mí el amor, ese es el AMOR, la idea del amor.
Pero como ya lo he dicho, somos seres humanos imperfectos e incapaces de ello, esta clase de amor difícilmente podrá llevarse a cabo, porque cuando llegamos a experimentar un enamoramiento, por lo regular en lo primero que pensamos es poseer al otro, a veces inconscientemente, otras tantas pensando que si no se consuma el amor en un acto no hay otra manera de expresarlo, además agreguemos que la explosión que genera un enamoramiento nos lleva a la irracionalidad, pero esto no es amor, a esto sí lo calificaría como química, y amor y enamoramiento no son lo mismo, así como hay una diferencia entre decir “te quiero” y decir “te amo” —el español siempre me ha parecido muy rico por eso, es el único idioma que conozco que tiene esa diferencia, pues un “te quiero” no es tan fuerte como decir un “te amo”; sin embargo decir “I love you”, “ich liebe dich”, “je t’aime”, etc., no tiene esa fuerza, suena hasta neutral—.
En fin, sin darle más vuelta al asunto, llegamos al inicio, una atrevida afirmación sobre nuestra incapacidad para amar sin poseer, por más que el poliamor esté casi normalizado en nuestros días, nos es tremendamente difícil conseguir amar a alguien sin querer poseer su libertad, aquí una imagen de ello con un poema de Oliverio Girondo:
Es muy difícil. El amor. ¿Cómo amar sin poseer? ¿Cómo dejar que te quieran sin que te falte el aire?
Amar es un pretexto para adueñarse del otro, para volverlo tu esclavo, para transformar su vida en tu vida, ¿cómo amar sin pedir nada a cambio, sin necesitar nada a cambio?
Casi siempre el error que cometemos es pensar solo en lo que nos pasa a nosotros. Nos parece tan importante eso que sentimos, que nada de lo del otro puede ser tan importante como eso que sentimos. Y esa contradicción suele ser trágica.
Es el error más común que cometemos todos, querer que el otro sea como queremos que sea y no como es y cuando nos damos cuenta del error a veces es demasiado tarde.
—El lado oscuro del corazón, 1992—
Parece que aquí son atinadas las palabras de Sartre cuando dice que todo amor está destinado al fracaso, pues en vista de que este debería ser libre, lo que uno quiere por lo regular bajo ese estado de embriaguez amorosa es poseer la libertad del otro, y ahí el fracaso del amor.
Confesión:
Después de todo, lo que me resta decir no es más que algo que ya había anticipado, más que una confesión es una forma de castigar al alma por no ser capaz aún de honrar al amor como se lo merece, por su impotencia para amar sin poseer, por su egoísmo para querer apropiarse del otro con el fin de una propia satisfacción, por su forma arrebatada de amar y consumirse en el abismo del deseo de cuanto objeto que primera vista le robe un suspiro.
Confieso haber matado el amor, confieso haberlo arrastrado por las calles más burdas de la sinrazón quizá él pertenezca ahí, quizá nosotros no, cada día lo he matado de alguna manera diferente, algunos días lo he negado, otros no me ha alcanzado el tiempo para desvivirme en reproches, otras veces lo he deseado con el afán de tenerlo solo para mí, otro días vulgarizándolo, en otras ocasiones lo hago más trágico de lo que es y en los peores momentos en que le he clavado la daga más profundamente, aquellos días en los que me he vuelto el más cruel de los asesinos del amor ha sido cuando lo he poseído, cuando lo he tenido entre mis manos, cuando se ha derretido entre mi cuerpo, me he querido apropiar de él haciéndolo algo meramente físico, hablando de él con explicaciones químicas lo he querido reproducir, también lo he matado de alguna manera al describirlo, en cada frase, en cada sentencia en cada letra que no cumplo, sin embargo, creo que todos somos asesinos del amor, lo hemos matado de tantas formas y tantas veces que quizá por eso huya de nosotros, quizá por eso nos la pasamos buscándolo sin querer y también queriendo, y ya una vez que lo tenemos nos convertirnos en salvajes asesinos de su pureza, lo mancillamos con las acciones más horrendas y antitéticas de él mismo. Pero así es la muerte del amor, o muere él o morimos nosotros sin amar.
¿Cómo amar sin poseer?, ¿cómo amar sin poseer? Cómo amar sin poseer si a veces el amor terrenal no es más que una cárcel a voluntad, si cuando amas y alguien te ha robado el alma no haces más que ponerte a merced de sus afecciones, si cuando amas la única acción a conciencia que somos capaces de realizar es la de abismarnos en el otro, si cuando amas tu aliento depende de la respiración del otro, si cuando amas no eres más que el otro, si cuando amas hasta la medida del tiempo depende del otro pues es tan corto a su lado y tan eterno en su ausencia, si cuando amas tu vida misma depende de la entrega del otro, si cuando amas hasta las polillas se convierten en mariposas amarillas, si cuando amas tu libertad depende de sus alas, si cuando amas tu felicidad imaginada se convierte en dicha permanente, si cuando amas el pájaro azul abandona el silencio para solo emitir cantos de adoración para el ser amado.
Es así que he matado al amor, sintiendo todas estas cosas y convirtiéndome en un vulgar cazador de mariposas amarillas, he deshonrado al amor espiritual en cada cíclope bien logrado, en cada pájaro azul enjaulado, en cada éxtasis de erotismo perpetrado, en cada silencio que se me ha escapado, en cada ausencia que he extrañado, en cada corazón que he coleccionado.
He matado al amor, de la misma forma que él me ha matado a mí.
Joe Rangel
[1] Esta frase es dicha por María Félix, en la película Amor y sexo, después de haber vivido un idilio amoroso con un joven que no terminó en las mejores condiciones para ninguna de las partes involucradas. Y que a pesar de que la razón no le dictaba constantemente que no se involucrara con él, sus pasiones fueron más fuertes que su entendimiento.
Referencias
Derrida. (2002). [Película]. Kirby Dick y Amy Ziering Kofmann (Dir.). Estados Unidos.
El lado oscuro del corazón. (1992). [Película]. Eliseo Subiela (Dir.). Argentina.
Fromm, E. (1986). El arte de amar. Bueno Aires, Argentina: Paidós.
Sacher-Masoch, L. (2004). El amor de Platón. Buenos Aires, Argentina: El Cuenco de Plata.
Publicado en el número

vol. II, núm. 3, octubre-diciembre 2019
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