La violencia de género es una de las principales problemáticas en la sociedad mexicana. Más aún si hablamos específicamente de la violencia que se aplica a las mujeres diariamente en los espacios públicos, pues ésta es mayormente referida a acciones que las atentan en el ámbito sexual. En un día normal al dirigirse a sus trabajos, escuelas o demás actividades, sin generar algún tipo de provocación —como algunos dicen—, se enfrentan a miradas lascivas, roces, tocamientos, comentarios con contenido sexual e insinuaciones que en la mayoría de los casos son ofensivas y denigrantes.
Estos actos y circunstancias llegan a tal grado de generar emociones de terror, coraje e impotencia de las mujeres ante los acosadores, esto, podríamos decir, derivados de la sumisión e incluso pasividad con que las mujeres han sido socializadas en la mayoría de los caos. Así, estos hechos al ser tan frecuentes han llegado a ser normalizados, hasta considerarlos graciosos entre muchos individuos que, en la mayoría de los casos, son varones. Mientras tanto, en las mujeres se ha producido una sensación de preocupación y angustia en acciones tan cotidianas como abordar el transporte público, caminar sola por las calles o recurrir a lugares sin compañía de algún hombre. Esto no significa que los varones no corran peligro, todos estamos expuestos, sin embargo, se ha vuelto tan notoria la gravedad de la situación hacia la mujer, que no me atrevo a ignorarla.
Actualmente, para las autoridades es cierto que esta problemática ha ganado terreno en la agenda pública, reflejado en la promoción de programas sociales que supuestamente tienen por objetivo prevenir y atender los actos de violencia contra la mujer. Hablamos de medidas que tal vez no son las idóneas, como la segregación de las mujeres y varones en sitios como el Sistema de Trasporte Colectivo Metro y Metrobús, la supuesta medida de prevención recae en la asignación de vagones exclusivos para mujeres, que además se comparten con otros grupos vulnerables como personas con algún tipo de discapacidad, personas de la tercera edad, niños y niñas. Sin embargo, la seguridad y prevención no ha llegado a otros ámbitos importantes, en donde también se atenta fuertemente a diversas personas. Por ejemplo, en transportes como los taxis en donde muchas mujeres han resultado violentadas terriblemente.
Diariamente la violencia en el país se manifiesta de diversas maneras, las mujeres somos las principales víctimas; en nuestra vida cotidiana nos enfrentamos ante situaciones que ponen en riesgo nuestra integridad y bienestar físico y psicológico. Como si no fuera suficiente lidiar con la alta inseguridad —acoso, hostigamiento, asaltos, amenazas, taloneos— a la que todos como usuarios de diferentes servicios tenemos que vivir en nuestro día a día, pero tristemente, las mujeres nos enfrentamos a más de esas situaciones.
Al tratarse de violencia generada en espacios públicos, generalmente se sabe que las victimas resultan afectadas, no solo emocionalmente, sino físicamente y hasta pueden ver atentadas sus vidas. Algo muy triste al respecto, es que en algunas de estas situaciones puede llegar a haber testigos que no suelen ayudar a las víctimas, sino actúan con indiferencia “no es de mi familia”, “si me meto, no me vayan a hacer algo a mí”, “mejor no me meto en problemas”, muchas de las frases que se suelen decir en estas situaciones, pocas son las personas que se solidarizan con los demás. No quiero decir que nadie apoye, pues también se ha sabido de casos en los que se ha salvado a algunas mujeres víctimas de algún delito, por medio del alza de voz de los transeúntes.
Para ir cerrando esta reflexión, quiero expresar que considero necesario tomar conciencia respecto a que, al cuerpo femenino no se puede acceder o disponer como si se tratase de cualquier otro objeto. Hay que comprender que no hay más responsables de esta violencia que quien la genera, el acosador es el único responsable de su conducta, evitemos minimizar estos actos de violencia, que pueden ser el inicio de un delito mayor, cayendo en comentarios tales como que la manera de vestir o actuar de la mujer llevan a la provocación sexual, ya que esto solo conduce a desviar la atención del verdadero problema, de los verdaderos responsables. Hay que crear conciencia desde nosotros, educar a las nuevas generaciones de lo terrible que es dañar o atentar en contra, no solo de las mujeres, sino de nuestros pares, de todas las personas.
Y aunque, es sabido que el Estado tiene la obligación —aparentemente— de velar y garantizar los derechos humanos, el acoso es solo una de tantas manifestaciones de violencia contra la mujer (centrándonos en este grupo) que vulnera y transgrede un conjunto de derechos humanos, y aunque es innegable que existen leyes que sancionan el hostigamiento y acoso sexual, es necesario replantear las medidas que se han tomado para combatir este problema, cuestionar la eficiencia de estas. Quizá esto suene utópico y es difícil materializarlo, pero por lo pronto, hagamos parte de nosotros, de la sociedad, la palabra RESPETO.
Publicado en el número

vol. II, núm. 2, abril-junio 2019, 2.ª ed.
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