Y en mi locura he hallado libertad y seguridad; la libertad de la soledad y la seguridad de no ser comprendido.
Gibrán, 1918
En su conocida obra A puerta cerrada, Jean Paul Sartre pone en boca de uno de sus personajes la hoy célebre frase “el infierno es el otro”. Cuando este formula la sentencia se encuentra sorprendido. Ha sido llevado a un infierno que no corresponde con la imagen tradicional que tenemos de él (demonios, azufre, fuego). El infierno que Sartre nos describe consiste en una habitación cerrada y la compañía de otros.
Ese sentimiento hacia el otro de Garcín, el personaje al que me he referido es común entre los protagonistas antitéticos existencialistas. Textos canónicos en dicha corriente nos muestran antihéroes con perfiles muy similares. Pienso en Roquentin, de La Náusea; Raskólnikov en Crimen y castigo o, mejor aún, el personaje sin nombre de Memorias del subsuelo. Personalmente me gustaría incluir a Juan Pablo Castel en este grupo. Tal vez El túnel no sea considerada una obra clásica de la literatura existencialista, pero sin duda, su protagonista expone el drama de la existencia humana moderna y, recordémoslo, el mismo Camus tuvo en alta estima dicho texto. Describamos entonces, aunque sea un tanto superficial, su perfil.
Todos los personajes mencionados son individuos inteligentes y preparados. Por ejemplo, Raskólnikov es un estudiante universitario considerado brillante y talentoso (en un entorno donde una vasta mayoría es analfabeta y los estudios superiores son a la vez un lujo y una excelente oportunidad de ascender socialmente). Roquentin es un historiador mientras Castel es un pintor exitoso.
Ellos se saben poseedores de una lucidez que sobrepasa al sujeto promedio. Lo saben porque se conocen muy bien. Son en extremo vigilantes de sí mismos. Todos ellos tienen la compulsión maniática de observarse y revisarse continuamente. Particularmente de lo que ocurre, llamémosle así, en su espíritu. Vigilan y reconocen constantemente que es lo que piensan y sienten. Lo reconocen, lo observan, lo nombran, lo analizan y lo critican. Castel se llega a reprochar este rasgo suyo: “De pronto me arrepentí de haber llegado a esos extremos, con mi costumbre de analizar indefinidamente hechos y palabras” (Sábato, 2004, p. 61).
Son personalidades lógicas. Y se dan cuenta que el común denominador no es muy lógico. En el mejor de los casos son erráticos, cuando no francamente absurdos. El lego, para ellos, vive sumido en el sopor de la vida cotidiana; se encuentra dominado de manera irreflexiva por las convenciones sociales; es una habitante de la caverna platónica que confunde sombras con la realidad. Su actitud nos dice, parafraseando a Nietzsche: quien tenga sed y viva entre hombres, ha de acostumbrarse a beber en vasos sucios.
Aunque tampoco son autómatas carentes de sentimientos. Por el contrario, son sumamente sentimentales. Patéticos en el sentido lato de la palabra. Con frecuencia sienten afecto por algún individuo particular, pero desprecian al grupo y rechazan al individuo cuando ven al grupo expresarse a través de él. Sobre este rasgo Castel se pronuncia de manera explícita:
Algunos hombres, algunas mujeres aisladas me fueron queridos, por otros sentí admiración (no soy envidioso), por otros tuve verdadera simpatía; por los chicos siempre tuve ternura y compasión (sobre todo cuando, mediante un esfuerzo mental, trataba de olvidar que al fin serían hombres como los demás); pero en general, la humanidad me pareció siempre detestable.
(Sábato, 2004, p. 49)
Y su desprecio por lo humano es tan absoluto que no los excluye ni siquiera a ellos. La contundente línea que da inicio a las Memorias del subsuelo da testimonio de ello “Soy un hombre enfermo. Soy un malvado. Soy un hombre desagradable” (Dostoievski, 2013, p. 8). Existe una palabra que describe y engloba la actitud de estos personajes. Misantropía.
Ermitaño no hace justicia a su actitud. Ciertamente lo son, pero se puede ser ermitaño sin ser misántropo. Ahí está Meursault, el personaje más estrambótico del canon existencialista. Él es un ermitaño, pero no porque desprecie (y tema, ya llegaremos a eso) al otro. De hecho, es capaz de disfrutar la compañía de sus pares. Si se aísla es por la sencilla razón de que no los necesita. Y no los necesita porque no los desea. Meursault vive absolutamente en el momento, da la impresión de ser un iluminado. El misántropo es, efectivamente, un ermitaño. Pero su reclusión o retraimiento es producto de la aversión que el otro les provoca y no su autosuficiencia. ¿Pero por qué? ¿Qué es lo que la presencia del otro provoca en estos personajes?
Lo obvio sería creer que éstos, sobre la base de una supuesta superioridad moral o intelectual, desprecian a los otros al no estar a su altura. Pero su drama es más complicado de lo que podemos inferir a simple vista. En realidad, rehúyen y rechazan a los otros porque les temen. Hay que tomar en cuenta que estamos hablando de individuos estoicos. El hambre, frio y dolor no los lastima. El otro, en cambio, es una fuente constante y segura de sufrimiento. Pero su sufrimiento no proviene del asco por la humanidad. Éste proviene del deseo vacío, nunca satisfecho, del reconocimiento de su ser por los otros.
Así, es el deseo por el otro lo que atormenta a los personajes de A puerta cerrada. Garcín desea el reconocimiento de Inés, quien lo desprecia porque desea a Estelle. Pero Estelle no está interesada en Inés, no comparte sus inclinaciones. Además, Estelle desea ser reconocida por un hombre, por lo que su atención está puesta en Garcín. Pero Garcín la rechaza debido a la presión que Inés ejerce sobre él. Entonces, Garcín se da cuenta en qué consiste su tortura y es cuando pronuncia la frase ya citada.
¡El infierno es el otro! Me pregunto por qué Sartre habrá utilizado esta metáfora. El infierno es una idea dual, no existe por sí misma. Si hay un infierno entonces uno debe de creer que hay un paraíso. ¿Cómo sería éste, qué encontraría un individuo que es mandado a otra habitación, una diferente a la de Garcín y compañía? Mi suposición es la siguiente: el paraíso es el otro.
La existencia propia, el yo, sólo puede existir en el reconocimiento de mi ser en relación a una totalidad que me supera. Mi ser es un ser-en-el-mundo y yo soy yo y mi situación. Las cosmologías no modernas insertan al sujeto en la trama de un pueblo y una cultura. A su vez, dichas culturas se asignan un puesto relevante dentro de la creación. Este no es el caso de la cultura occidental moderna, donde nuestros personajes son socializados. Estos personajes nihilistas están desamparados.
La cosmología científica de las culturas modernas es producto de la racionalización del mundo. Dicho proceso provocó lo que Max Weber llamó atinada y poéticamente el desencantamiento del mundo. La cultura occidental moderna pertrecha a los individuos criados en ella con una cosmología que los desarraiga. Nadie ocupa un lugar prefijado en la sociedad. El lugar en el que uno se encuentra es producto de la voluntad propia. El yo es una empresa personal. Esto lo hace una responsabilidad que hay que asumir. Según Sartre, estamos condenados a ser libres.
El yo en esta experiencia vital se convierte en algo frágil, difuso, volátil. Medítese en la experiencia cotidiana. Uno puede pasar por una variedad de roles a lo largo del día, siendo el rol lo que se expresa por medio de uno. El yo queda marginado. La vida cotidiana moderna es alienante.
La mayoría de los individuos logran superar este escollo con más o menos facilidad. En mi opinión, es la ignorancia de esta dinámica lo que protege a la mayoría de su padecimiento. Pero no estos personajes maniáticos híper-conscientes. Ellos viven bajo el signo de la angustia existencial. La angustia existencial consiste, puesto en pocas palabras, en la incertidumbre sobre el yo (quién soy) y el lugar que ocupa ese yo en el todo (qué sentido tiene mi existencia). Aspectos que, como ya había mencionado, las culturas no modernas tienen resuelto con su cosmología.
¿Qué les queda a estos sujetos? Nuestros personajes trabajan afanosamente el proyecto de construcción del yo. De hecho, tienen una personalidad sumamente desarrollada. Han logrado la exigencia que de ellos hace su cultura. Han desarrollado una personalidad propia, son individuos en toda la extensión de la palabra. Su producto es un ser intrincado, barroco. Su recompensa es no ser entendidos por los demás. Y la soledad.
Como es siempre, una cultura te permite apreciar un determinado espectro de la existencia. Para todo aquello que quede fuera de los parámetros de la educación, lo que Karl Jaspers llamaría lo circunvalante, somos ciegos. Los otros no entienden a estos individuos ya que no ven al grupo expresarse en ellos. Sin embargo, éstos siguen necesitando al otro, no para su construcción (ellos ya están hechos, son su producto y se niegan absolutamente a que su creación sea interferida) sino para su reconocimiento.
Así como los personajes de A puerta cerrada, todos nuestros antihéroes necesitan un otro que les reconozca, que valide su propia autoimagen. Pero su búsqueda de identidad en otro queda siempre frustrada. La vanidosa Estelle, encontrándose en un cuarto sin espejos, reprocha a los otros haberle robado su imagen. Sólo ellos pueden decirle cómo se ve y sin embargo no confía en ellos. Esa es la situación de todos nosotros, no sabemos cuál es nuestra imagen sino a partir del otro.
Pero los otros, para estos personajes, no están en posición de emitir un juicio al respecto. Para poder apreciar un yo individual original hace falta otro yo de este tipo. Pero, como hemos visto, el otro aparece ante el misántropo como un ser alienado, vehículo del grupo. Al final, el otro es una posibilidad que nunca llega a concretarse y una fuente de frustración. Así es hasta que aparece un momento de aparente conexión.
Quien mejor ilustra este periplo es nuevamente Juan Pablo Castel. El túnel es una narración en primera persona que nos cuenta la historia de cómo Castel conoce, se enamora y finalmente asesina a María Iribarne. María fue para Castel, si no el paraíso, al menos el atisbo de él. Juan Pablo ve por primera vez a María en una exposición de su obra. Él la nota porque ella repara en un motivo en uno de sus cuadros que había pasado desapercibido por todo el público. En dicho cuadro:
arriba, a la izquierda, a través de una ventanita, se veía una escena remota: una playa solitaria y una mujer que miraba el mar. Era una mujer que miraba como esperando algo, quizá algún llamado apagado y distante. La escena sugería, en mi opinión, una soledad ansiosa y absoluta[1].
(Sábato, 2004, p. 12)
El título del libro hace referencia a la metáfora que Castel utiliza para describir su experiencia existencial. “Había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida” (Sábato, 2004, p. 151).
La forma del paraíso en este caso concreto fue la desintegración del túnel. Este túnel es, en realidad, el propio Juan Pablo. El paraíso era entonces su dilución con los otros o, al menos, con otro. La imagen de la pequeña ventana era una imagen que el pobre Castel guardaba en el interior de su túnel, es decir, en su interior. Alguien, María, logró ver esa pequeña y nostálgica representación de un paisaje:
era como si los dos hubiéramos estado viviendo en pasadizos o túneles paralelos, sin saber que íbamos el uno al lado del otro, como almas semejantes en tiempos semejantes, para encontrarnos al fin de esos pasadizos, delante de una escena pintada por mí, como clave destinada a ella sola, como un secreto anuncio de que ya estaba yo allí y que los pasadizos se habían por fin unido y que la hora del encuentro había llegado.
(Sábato, 2004, p. 150)
Ello le dio a Juan Pablo la ilusión de haber disuelto el túnel y haber hecho contacto, con el interior de su yo, con algún otro yo. Esta correspondencia fue el paraíso. Y es lo que todos buscamos. Al menos la ilusión de ese contacto entre yos.
[1] Cursivas mías.
Referencias
Dostoievski, F. (2013). Memoria del subsuelo. México: Sexto piso.
Gibrán, K. (1918). El Loco: Sus Parábolas y Poemas. En: Dominio Público [En línea]. Disponible en: http://www.dominiopublico.es/libros/G/Gibran_Kalil_Gibran/Gibran Kalil Gibran – El Loco.pdf
Sábato, E. (2004). El túnel. México: Booket.
Publicado en el número

vol. II, núm. 2, abril-junio 2019, 2.ª ed.
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