Yo soy un egoísta.
Soy el amante no reconocido de algunas mujeres, su amante omnisciente.
Soy un degenerado, las amo sin importarme lo que ellas piensen.
Sin importarme sus novios, sin importarme sus pretendientes.
Me son indiferentes sus amores pasados,
las cicatrices que dejaron y el recelo hacia enamorarse.
Me da igual lo que piensen sus amigos, su familia,
socavo las relaciones de amistad falsas que celan a las propias amigas.
Me da lo mismo su prestigio ante la sociedad, su inseguridad, su timidez
y ese desprecio oculto por su culo desnudo.
Me paso por alto (por debajo) toda vergüenza acerca de sus cuerpos,
la infidelidad, el miedo al sexo fortuito: nada me importa,
me siguen excitando.
Porque yo soy un egoísta y las sigo amando.
Y de ese amor egoísta demando lo sobrehumano
cosas que ellas no pueden ser ni hacer.
Pretendo compartirles mi egoísmo exigiendo con vehemencia
que sus besos ya no me gusten, que su amor se convierta en
un negro abismo de odio.
Demando que hacer el amor no termine en tumultuosos orgasmos
y ridículas posiciones, las cuales se confundan con mordidas
de la muerte.
Perfecta.
Quiero que dejen de atraerme casi ciegamente sus demandas
o sus cuerpos tan poco parecidos a las figuras idóneas.
Lo pido para que mi depravado, erótico y egoísta amor
quede calcinado por una temperatura que queme hasta los
sueños.
Pero ellas no son egoístas o son más egoístas que yo y sus besos,
me provocan erecciones tan firmes como el corazón revolucionario.
Sus rostros asfixian mi cuerpo humedeciendo hasta el último
segundo de mi inútil piel.
Sus vidas me parecen dignas de todo, dignas de escucharse, dignas de vivirse.
Sus problemas palpitan como si fueran míos o de ellas, dentro mí.
Entonces reconozco que no dejaré de amarlas, así como no dejaré de ser un egoísta,
su ropa me sigue fastidiando por cubrir los cuerpos que
hacen justicia a eso que llamamos humanidad.
Ellas son humanidad desnuda e imperfecta y de forma imperfecta
pido que dejen de ser lo que no son y a cambio se apropien
del descaro y el egoísmo en un grado sólo concebible en las
pesadillas.
Pero ellas nunca me hacen caso, probablemente me sobrepasen en egoísmo
o sean unas dementes, como yo o quizás no sean nada, como yo.
Y esa nada es su único acto egoísta, una nada irreversiblemente egoísta.
Porque no hay nada que hacer y todas son así: nada egoístas.
Mi egoísmo, aun así, pasa por alto su egoísmo, las sigue amando a pesar de todo (o nada).
Y las llevo a esos momentos donde discurren sin control y sin dirección
las horas de erotismo ascendente; de caricias arrogantes y cabellos pegados
en un ciclo mierdero de amor egoísta en este mundo donde ellas y yo
bajo nuestro empedernido egoísmo, que podría durar hasta la muerte,
nos transformamos lentamente en una nada que nos corta la vida y nos deja enamorados.