El tiempo, el implacable, el que pasó,
Pablo Milanés
solo una huella triste nos dejó.
El tiempo es una medida que ocupa la humanidad para medir su transcurrir en la vida por fasta o miserable que ésta sea. El devenir del tiempo es implacable y solo quienes se arriesgan a hurgar entre los escombros de los recuerdos pueden apreciar el peso del pasado y la carga del futuro.
El tiempo por intangible se nos escapa de las manos sin que podamos hacer nada por apresarlo, a veces quisiéramos dar marcha atrás a las manecillas del reloj para corregir errores, para revivir las sensaciones de esos momentos de felicidad, detener el tiempo en ese preciso instante de felicidad, de máximo placer. Pero nada. La imposibilidad de ello nos hace impotentes ante su paso devastador.
Todo tiene su tiempo, tiempo de llorar
Eclesiastés
y tiempo de reír, tiempo de abrazar y
tiempo de abstenerse de abrazar.
Y a veces se nos pasa el tiempo en la contemplación de la vida, y la vida se va como un suspiro, como una exhalación. Tiempo y espacio, distancia irrecuperable que va quedando atrás con imágenes colgadas en la memoria que dificultan la visión del porvenir o ilusiones que estorban o allanan el camino y dificultan el avance hacia el futuro.
Tiempo, sinónimo de infinito, de lo inescrutable, de lo inimaginable, de lo irreductible. Entonces el hombre se posa ante el tiempo y su pequeñez lo aplasta. La vida tan corta en una dimensión tan amplia no se nota, se hace ínfima, avanza como agazapada sin luz, sin intención, sin nada.
Principio y fin, la vida nos da ambos extremos, pero no somos conscientes de ellos, no los vemos, el primero porque al momento de nacer somos incapaces y el último pues también. Todo pasa y todo queda. Todo es principio y fin, alfa y omega.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
Pablo Neruda
y estos sean los últimos versos que yo le escribo.
Lo último es lo primero de lo que sigue: causa y efecto, ley de la causalidad. Como toda ley se debe cumplir. La larga espera consume el tiempo, la paciencia no siempre es la mejor consejera; de la vida se va tomando lo que ofrece, en pequeños trozos o grandes porciones según la apetencia, pero el último tramo es el primero del subsecuente y la prudencia reclama tacto, no agotar el tiempo de manera abrupta paro no dejarlo pasar negligentemente. El viaje solo es de ida y dura lo que debe durar, no más pero no menos. Quien espera demasiado tiempo por algo puede ser o muy perseverante o muy necio. La larga espera se puede tornar en desesperanza, en desolación, en frustración. Cuando aparece el objeto de la espera puede ya no parecer a lo esperado, las aspiraciones se han disipado y la imagen original se ha deteriorado. Mejor será ir al encuentro de lo deseado.
Al final mi alma sola y triste vagará por las tinieblas,
Anónimo (visto en una pared en la Ciudad de México)
en la eternidad, hasta el infinito.
Todo es cuestión de tiempo. La sabiduría del pueblo reconoce que el tiempo remedia todos los males, que el tiempo entierra en el olvido lo malo y lo bueno, que el recuerdo normalmente sirve como bálsamo para aliviar nostalgias y que la memoria difusa es el mejor ungüento para los dolores de los tiempos idos. No hay mal que dure cien años ni quien lo resista. Toda incógnita es resoluta con el tiempo, en el transcurso está la respuesta. La experiencia es la sabiduría que solo se adquiere con el andar en el tiempo, esa que al evocarse nos enseña a ser conformes con lo que nos dio la vida y aspirar cosas posibles del porvenir. El experimento de la vida es el proceso de ensayo error, equivocarse y a fuerza de golpes hacerse resistente a los embates de la nueva lucha. El conocimiento es parte del dolor, cuando se descubre el significado de los símbolos un poco de desengaño se apodera de nosotros. La vida en su avance se nos va descubriendo y a cada paso el saberla, el conocerla o nos desilusiona un poco o nos propone cambiar la apreciación que tenemos de ella. Lo realmente bello es efímero.
Mi flor es efímera —se dijo el principito— y no tiene más que cuatro espinas para defenderse contra el mundo.
Antoine de Saint Exupery
El tiempo, siempre el tiempo. No se sobrepone, no se puede evitar, no es obstáculo, no es concreto, parece solo una idea, pero no lo es. Científicos y filósofos, sacerdotes y paganos buscando una definición de este concepto. Físicos y metafísicos, escudriñando en sus alforjas para encontrar una explicación y lograr algo como un antídoto para sus consecuencias, como un cosmético que disimule las arrugas que el tiempo va surcando en nuestras caras, como una tintura que devuelva el brillo a nuestro pelo, como una esencia que retoñe el candor de nuestro espíritu, la inocencia el alma y la tranquilidad de la consciencia, como una brisa que borre sin trauma la experiencia acumulada en los pensamientos o como una ventana que se abra y nos permita ver del futuro solo las cosas gratas que nos habrán de suceder.
Nos va tomando de sorpresa el tiempo, avanza aparentemente sin prisas, en un paso sosegado, pausado, lento; pero al volver la vista atrás sentimos esa sensación de la duda, ¿De qué pasó? De la pregunta sin respuesta rápida, de la intención de mejor no tener contestación, de dejar pasar la pregunta, de obviarla, de no trascenderla, de evitarla, para no entrar en confusión.
Sabia virtud de conocer el tiempo;
Renato Leduc
a tiempo amar y desatarse a tiempo;
como dice el refrán: dar tiempo al tiempo…
que de amor y dolor alivia el tiempo.
Pero en mi afán de perseverancia o necedad, como quieras verlo, recurro a lo absurdo, a lo ilógico, es mi espíritu contradictorio, in¬conforme porque no acepta que el tiempo la limite y sin embargo es aplastante, entonces mi mente escapa y recurre a otras dimensiones donde el tiempo no existe, la eternidad se sintetiza en un instante, y en un instante puedes repasar una e infinitas veces la eternidad, donde las emociones se detienen veinte años y en veinte años renacen y se encienden en la hoguera de unas cuantas horas.
(…)— ¿hay de veras un mundo nuevo para nosotros? —pregunté medio en broma.—
—no hemos agotado nada, idiota, dijo él imperioso
—ver es para hombres impecables. Templa tu espíritu, llega a ser un guerrero, aprende a ver y entonces sabrás que no hay fin a los mundos nuevos para nuestra visión (…)
“En el mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos”
Heráclito de Efeso
Entonces me acojo al pensamiento de su contrario, la verdad es, por tanto, existe, incorruptible y estática, permanece, no se genera, no se extingue ¿Será que esto es así en otro mundo apenas imaginable por el corazón?
(…) —Tu problema es que quieres entenderlo todo y eso no es posible (…) —una vez mencionaste— empezó Don Juan que un amigo tuyo dijo cuando los dos vieron una hoja caer desde la punta de un encino que esa misma hoja no volverá a caer de ese mismo árbol, nunca jamás en toda la eternidad ¿te acuerdas?
Una realidad aparte, Castaneda
(…) —Estamos al pie de un árbol grande (…) tras unos minutos de espera una hoja se desprendió de la punta y empezó a caer y aterrizo en la tupida maleza.
—¿La viste?
—Sí.
—Tú dirías que la misma hoja nunca volverá a caer de ese mismo árbol, ¿verdad?
—Verdad.
—Hasta donde tu entendimiento llega, eso es verdad.
Pero nada más hasta donde tu entendimiento llega. Mira otra vez.
Miré automáticamente y vi caer una hoja. Golpeó las mismas hojas y ramas que la anterior. Era como ver una repetición instantánea…
Don Juan rió y me dijo que me sentara
—Mira— dijo señalando con la cabeza la punta del árbol. Ahí va otra vez la misma hoja.
Nuevamente vi caer la hoja en la misma dirección (…)
—¡Es imposible!— dije (…)
(…) —estás encadenado, ¡encadenado a tu razón! (…)
(…) —no hay nada que entender. El entendimiento es un asunto pequeño, pequeñísimo—dijo (…)”
¿Se mueve el tiempo? ¿En dónde transcurre? El principio que concebía Heráclito del fuego refiere al movimiento y cambio constante en el que se encuentra el mundo. Esta permanente movilidad se fundamenta en una estructura de contrarios. La contradicción está en el origen de todas las cosas.
Principio y fin constante, pero también es verdad que el tiempo se puede detener en la mirada con reflejos de luna…
Acaso necesito perder la razón, dejar de tratar de entender y vivir como el loco (la loca) y entonces sí, mi vida y la muerte de David tendrían sentido.
Ahora, de momento y solo de momento porque el deber me llama se me acabó el tiempo… ¿el tiempo se acaba en un momento?
Publicado en el número

vol. II, núm. 1, enero-marzo 2019
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- Última actualización 23 de enero, 2025