Fotografía original de Laura Ballesteros en Flickr. Licencia (CC BY-NC-SA 2.0).

En la siguiente bajan


La combi se alejaba cada vez más de la ruta. Las calles no le eran familiares a Babilonia. —Oye me puedes bajar por aquí —le pidió al chófer.


La tarde del 14 de noviembre mientras Babilonia esperaba el transporte, el día se nubló soltando una fuerte polvareda. La cubrió con un manto arenoso que provocaba el viento, su vista estaba borrosa y un poco de tierra entró bajo sus lentes y se pegó a sus labios húmedos. La blanca piel de Babilonia parecía empanizarse, mientras veía a las personas que estaban a su alrededor cubrirse de polvo.

Una vez pasada la polvareda el cielo comenzó a volverse negro, como si la noche acechara, aunque apenas eran las cinco de la tarde. Babilonia ataviada apenas con una blusa levantaba la mirada y esperaba a que su transporte llegara para irse a casa. Justo cuando las primeras gotas de lluvia erizaron su piel, la combi se detuvo, era un miniván que levantó a las personas que allí esperaban, eran unas cuatro incluyendo a Babilonia. Apenas llevaba unos cuantos pasajeros, una señora con su hijo que venían de la escuela, dos señores mayores y tres jóvenes más que subieron junto con ella.

Al conductor lo separaba una cortina color café, Babilonia se sentó justo en el asiento que estaba tras él. La lluvia se soltó de manera que el mismo clima pasó de un calor de verano a un calante frío de otoño. Las ventanas del transporte se empañaron como si alguien estuviera suspirando frente a ellas. Dos personas más subieron unos metros adelante, era una pareja que ya habían sido cubiertos por el agua.

Quince minutos después de haber abordado el transporte, la señora que llevaba a su hijo pidió bajar, le dijo a Babilonia si podía pasar su pasaje y esta a su vez le dio el dinero al chófer.

—Bajo en la farmacia, subí en el puente de roca —dijo la señora.

Como si la señora hubiera solicitado aumentar la velocidad, el chófer aceleró y pasó de largo por la farmacia.

—¡Hey aquí bajo! —gritó la señora.

A su vez los demás pasajeros como un coro expresaron lo mismo, el chófer se paró cinco calles después. La señora jaloneo a su hijo, quien sólo miraba su celular.

—¡Ándale! Apúrate que ya vamos a bajar.

—A ver si escuchas mejor, ahora tendré que caminar —le dijo la señora al chófer.

Este sin hacer caso le subió a la música que traía, un reggaetón pegajoso que, aunque lo negaran, todos los pasajeros se lo sabían. La combi retomó su camino, pasó por la autopista para incorporarse a la zona urbana, cuando de pronto se topó con el tráfico, la lluvia había provocado que se inundaran algunas calles y eso hizo que se hiciera un embotellamiento. Los dos hombres mayores comenzaron a discutir si allí se bajaban, uno decía que estaban ya muy cerca, mientras el otro argumentaba que la lluvia era muy fuerte.

La riña se prolongó unos minutos, y se decían frases que hacían reír a los demás.

—Viejo webon, son sólo unas calles y no avanzamos.

—Pero la lluvia está muy fuerte, si te quieres morir de una gripe pues bájate tú.

La disputa incluso se prolongó con los otros pasajeros, a quienes los ancianos les preguntaban si la lluvia estaba muy fuerte o si aún quedaba lejos.

—Es un terco ¿verdad? —le preguntó uno de los viejitos a la pareja.

Ellos solo rieron y no contestaron la pregunta.

—Claro que no, ellos porque pueden aguantar la lluvia, solo se abrazan y listo, pero yo que te voy a andar abrazando viejo feo. ¿Verdad señorita? —lo dijo preguntándole a Babilonia.

Ella sólo se aguantó la risa y con la cabeza dijo un sí incompleto. El transporte avanzó unos metros más y decidieron por fin bajarse.

—Aquí bajamos joven, cóbrese por favor.

Uno de los ancianos le pasó su pasaje y el chófer tardó en regresar el vuelto, el tránsito avanzó y con él la combi.

—Oiga, aquí bajamos, me pasa mi cambio —le dijo uno de los viejitos.

El chófer pasó el vuelto y mientras los dos hombres bajaban este aceleró, uno ya estaba abajo, pero al otro lo tomó a media puerta.

—¡Oiga bajan! —gritó Babilonia.

Uno de los jóvenes que habían subido con ella estaba sentado junto a la puerta y casi se iba de boca pues estaba ayudando a bajar al hombre que aún no lo hacía cuando arrancó la combi. Todos comenzaron a gritar ya que se veía como el pobre viejo se caía al suelo. La pareja miró por la ventana de la parte trasera y vieron cómo se incorporó el señor. Todos se miraron, aunque ninguno dijo nada.

El tráfico hizo que la tarde pasara, y cada vez más se veía como la noche devoraba al sol. La pareja comenzó a platicar, la chica se le acercaba al oído y murmuraba. Así que su novio sacó su cartera y le pidieron a Babilonia que pasara el pasaje.

—Por favor le pasas uno.

Babilonia tomó el dinero y le pasó al chófer el billete que le habían dado. Este no respondió…

—Si te cobras uno —dijo Babilonia con tono claro.

El chófer seguía sin responder, mientras la pareja estaba entretenida.

—Te puedes cobrar uno. —Babilonia levantó un poco más la voz.

El chófer seguía ignorándola, pero la pareja notó que el vehículo avanzaba cada vez más rápido, mientras que Babilonia seguía volteando con el billete en la mano.

—¡Oye, que te cobres no escuchas! —Babilonia gritó ahora.

Todos voltearon, mientras que la pareja vio cómo su parada se aproximaba cada vez más. Todos comenzaron a decirle al chófer que los bajara, que si estaba loco o por qué no recibía el dinero. Este se frenó, y tomó el billete de la mano de Babilonia. Le dio el cambio mientras la pareja esperaba de pie inclinando la cabeza por la altura. El chófer abrió la puerta, el primero en bajar fue el chico, estiró la mano para que su novia bajara y en ese momento la puerta se cerró repentinamente. La combi avanzó y la chica se precipitó contra el asiento donde estaba Babilonia. Todos se callaron por un momento.

—¡Estas estúpido o qué te pasa! —gritó con la cara roja la chica.

Los demás pasajeros ayudaron a que ella y Babilonia se volvieran a sentar, pero el vehículo iba acelerando y sólo se podía ver por el parabrisas trasero como el novio se hacía más y más pequeño. Babilonia trató de abrir la cortina que separaba al chófer, pero esta estaba atorada. Todos se alteraron hasta que un fuerte frenón hizo que se desbalancearan y quedaran embarrados en sus asientos.

—Ni aguantan nada —dijo el chófer con tono burlón.

Abrió la puerta para que bajara la chica y esta se fue echando vituperios. Todos se miraban sin saber qué hacer. El temor por pedirle que los bajara se fue disminuyendo conforme la velocidad también lo hacía. El chófer le bajó a la música y Babilonia se puso sus audífonos mientras se cambiaba de asiento hasta la parte trasera. La música que escuchaba la apartó un poco de lo que pasaba, así como del mismo tiempo. Sólo veía pasar las distintas escenas de la ciudad, la noche ya se había tragado la luz, mientras que la lluvia empañaba las ventanas. Ella sólo se recorría la manga y limpiaba el cristal de donde estaba sentada.

Veía como cada uno de los pasajeros bajaban, el chófer ya no hizo ninguna barbaridad. Los demás iban bajando, uno tras otro descendía los pasajeros ya sin ningún problema, Babilonia sólo observaba como iba quedando sola, hasta que el último bajó. Estaba a unos minutos de su parada cuando la luz de la parte trasera se apagó, ella se quitó los audífonos, miró hacía donde estaba el chófer, pero no parecía que algo estuviera mal. La combi aceleró y de pronto giró a la derecha, tomando una calle distinta a la que tomaba siempre.

Babilonia se volvió a quitar los audífonos…

—Oye ¿por qué te metiste por aquí? —le cuestionó al chófer.

—Tranquila, es que hay mucho tráfico, tú siéntate —respondió el chófer.

La combi se alejaba cada vez más de la ruta. Las calles no le eran familiares a Babilonia.

—Oye me puedes bajar por aquí —le pidió al chófer.

Este no contestó y elevó la velocidad. Babilonia intentó pasarse al asiento que se encontraba detrás del chófer, cuando de pronto se detuvo la combi. Ella observó cómo una persona esperaba en la banqueta, era un hombre, el cual subió al asiento del copiloto. Babilonia comenzó a espantarse y justo cuando el hombre subió ella intentó abrir rápidamente la puerta. Al hacerlo el chófer jaló con fuerza el cordón que la sujetaba.

—¡Oye déjame bajar!

Babilonia comenzó a gritar mientras intentaba abrir la puerta, la combi estaba en movimiento, ella desesperada gritaba. Intentó abrir la cortina que separaba a los asientos delanteros, pero una mano la sostenía. El hombre que había subido la tomó con fuerza, Babilonia abrió una ventana y comenzó a pedir ayuda. La lluvia le comenzó a pegar en el rostro. Las calles oscuras no le permitían ver si había gente, así que continuaba gritando. Unos minutos después la combi se detuvo en una calle cerrada, Babilonia sólo observó con temor y por su mente comenzaron a pasar muchas cosas. Sin más palabras en su boca se quedó pegada a su asiento. Un último grito de desesperación salió por la ventana, pero fue ahogado cuando vio cómo el hombre que había abordado calles antes abrió la puerta. Ella aterrorizada lo vio cubierto de agua.

—¡Oye lárgate! ¿qué quieren? —gritó con una voz entrecortada, pero con la desesperación que causa el terror.

El hombre estaba cubierto con el gorro de la chamarra, la lluvia y la noche. El hombre le pidió al chófer que prendiera la luz. Una vez que se encendió se quitó la capucha, Babilonia pasó del terror al asombro, era su novio quien había decidido jugarle una pequeña broma.


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Sobre el autor

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HERNÁNDEZ ESCOBAR Eduardo
Licenciatura en Sociología · Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco |  ✚ Ver más publicaciones del autor

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