Me envuelve y me cautiva un exquisito deleite cuando tu presencia irrumpe
en mi soledad.
Yo soy el agua que fluye y tú mi errático aceite.
De manera irracional me atrae tu ambigüedad.
La exquisitez de tu presencia me ha embriagado
a tal grado que he perdido la noción del tiempo.
No sé dónde me encuentro, no puedo hablar, no entiendo.
Ahí, sentado frente a mí. Ajeno a mis sentimientos,
con el bolígrafo en mano, leyendo libros y textos.
Conmigo y sin mí. Tan cerca y tan lejos.
En la discreción del silencio yo te observo
y plasmo tu semblante en el lienzo de un recuerdo.
En los días de mi vida nunca vi más de una vez el amanecer,
y en tus ojos incontables veces lo veo renacer.
Encuentro en ti un indescriptible solaz.
Preservo tus palabras en mi caja musical,
y las guardo sabiendo que no serán para mí jamás.
¡Cuán encantador es aquel joven de camisa de cuadros,
de andar elegante y cabello alborotado!
¡Y cuán abrumador es saber que él es una imposibilidad!
Es tan difícil sentarme a tu lado con este nudo en el corazón.
Cada día que pasa incrementa esta incapacidad,
de saber que no eres más que una quimera, una vana ilusión.
Eres una estrella que puedo admirar, pero nunca alcanzar.
El sabor agridulce de la vida grabado en tu piel está.
El amargo sentimiento seguido de una consoladora resignación.
Mi corazón afligido por amar a alguien que jamás corresponderá;
un consuelo por saber que una amistad de momento nos unirá.
Mi deseo tan firme y constante de hacerte feliz;
una decisión de dejarte ir porque tu felicidad no está en mí.
Cada verso perdido en mi poema expresa inanidad,
denota que soy una niñata estólida al sentir esto por ti.
Mi dulce joven libre, fugaz, efímero y fugitivo,
hombre de carácter ambiguo e instintivo.
Libre te conocí y libre te dejaré y aun así siempre te amaré…
¡Preocuparse sería en vano,
esto durará tanto como el agua en las manos!
Ya que jamás serás algo más que mi imposibilidad agridulce…