La Visita

Este es un pueblo vacío y de casas muy antiguas, tanto que algunas de ellas estan deshabitadas y sin mantenimiento que han colapsado sobre sus cimientos, sepultando en repetidas ocasiones al desdichado vagabundo que se hubiera refugiado en ellas. Es común que, durante las noches frías de otoño como esta, los habitantes del pueblo que conservan rostros tan agradables como los de un sapo putrefacto, se refugien en sus hogares de la helada ventisca nocturna. El pueblo está alejado, muy alejado de la ciudad y es fácil perderse en el camino hacia ésta y cuando llueve, todo se transforma en un barrial imposible de transitar pues las calles jamás fueron asfaltadas.

Matías es un estudiante y está de vacaciones en el pueblo que fue testigo de su infancia… o al menos de una parte. ¿Por qué? es una pregunta que ni él mismo ha sido capaz de responderse. No tiene familia allí, sus amigos se fueron hace mucho y nunca mostraron deseos de regresar y por si fuera poco, la sombra de ese lugar le trae un mal recuerdo, uno que no es capaz de definir con seguridad, como si estuviera enterrado en lo más profundo de su mente, sólo sabe que es malo y nada agradable.

Quizás ha elegido volver para descubrir por qué su familia huyó con tanta prisa de ese lugar cuando él era un niño, dejando la casa en total estado de abandono. No es difícil adivinar los motivos de esa familia, sin embargo él decide ir y averiguar qué era lo que motivó a los suyos a huír tan desesperadamente de aquel pueblo como para abandonar una casa tan bonita y con tantas habitaciones. Pronto se entera de que la casa ha desaparecido, la dueña de la posada en la que se hospeda le dijo que la gente solía observar una figura tras las sucias ventanas. Pensaban que era otro vagabundo que había usurpado el lugar pero cuando la casa se derrumbó hacía dos años, las autoridades encargadas de limpiar el solar no habían hallado ningún cuerpo.

-Historias misteriosas que tienen todos los pueblos- había respondido él, restándole importancia y con cortesía la había saludado antes de encaminarse a su habitación en el piso de arriba.

Al día siguiente iría a ver por sí mismo el lugar, aunque solo encontrara un solar vacío. La noche es una de aquellas frías noches otoñales donde la ventisca juguetea macabramente con las ramas de los árboles en un placer lúgubre y hace que la vieja mecedora en el cuarto donde él se hospeda, se mueva en un solitario y rechinante vaivén. La mucama había abierto las ventanas del cuarto y la habitación estaba fría. Sin embargo, él no quiere cerrar la ventana, el aire fresco le proporciona cierta tranquilidad que no ha tenido desde que llegó al pueblo. La silla, rechinando, se hamaca de adelante hacia atrás, de adelante hacia atrás, de adelante hacia atrás.

Enciende el televisor, necesita distraerse, coloca en la videocasetera una vieja cinta VHS que previamente había alquilado en la misma posada. La película le resulta una paupérrima imitación de una historia de horror, las actuaciones son pésimas y los efectos especiales dejan mucho que desear; sin embargo, cumple el objetivo de apartarlo de sus pensamientos aunque sea un poco. El viento es más fuerte, lo sabe porque la mecedora se hamaca más pesadamente y una corriente fría acaricia el borde de su cama. Suspira intentando relajarse con la película, pero de pronto la imagen del televisor se distorsiona en estática y desaparece. Al poco tiempo vuelve, pero se ve bastante mal -El viento debe estar sacudiendo las antenas de televisión- piensa, pero lo descarta al instante pues se trata de una cinta grabada -Quizás es un problema del aparato o de la cinta en sí- se dice y levantándose de la cama se aproxima al reproductor sobre el televisor y empieza a sacudirlo, impaciente. La imagen desaparece totalmente otra vez, un resplandor blanco llena la habitación deformando las sombras. Lo sacude más fuerte y esta vez lo golpea con no mucha fuerza.

Por alguna razón se da cuenta de que está exageradamente alterado por un simple problema, el corazón le late muy rápido. Matías intenta calmarse, pero parece recordar algo… algo relacionado con ese problema en el televisor. Tan rápido como una idea toma forma en su cabeza, se oye un fuerte ruido de estática y la imagen de la película vuelve. Matías suspira conforme y vuelve a recostarse en la cama, ahora quizás un poco más nervioso que antes.

La mecedora continúa en su repetitivo vaivén ocasionado por la corriente exterior -Quizás cierre la ventana antes de dormir- se concentra en la película pero algo cambia ya no se ve al monstruo, ni a los actores, ni siquiera al sitio donde tomaba lugar la historia; ahora la cámara muestra una luna llena en un cielo estrellado, bañando con su blanca luz los techos de un manojo de casas antiguas, tan antiguas que un par de ellas se han derrumbado. Aquellas sin mantenimiento, olvidadas y sucias… familiares.

Estática de nuevo, la imagen desaparece y vuelve rápidamente, la cámara enfoca una luminosa casona al otro lado de una calle de tierra; es una posada, las luces en el interior están apagadas y solo persisten las antiguas farolas del jardín. La imagen desaparece y casi tan pronto como lo hace, Matías comprende qué es lo que le está mostrando esa imagen. Se queda helado mientras la estática vuelve a bañar la habitación con un resplandor blanco, llevándose la imagen del televisor. La mecedora se mueve con más fuerza, más violenta, el rechinido constante no le deja pensar y se da cuente de que el frío aumentó.

Matías puede ver su temeroso aliento salir de entre sus labios como nubecillas de vapor. La imagen volvió nuevamente, ésta vez muestra a alguien avanzando lentamente por un pasillo oscuro de varias puertas, apenas se puede ver; pues el pasillo sólo está iluminado por una pequeña lámpara que parpadea. Se puede distinguir un resplandor que se filtra por debajo de una de las puertas, como si alguien adentro estuviera viendo la televisión. La imagen desaparece y Matías salta desesperadamente de la cama mientras la puerta de su habitación comienza a abrirse lentamente. La empuja con fuerza, con toda la fuerza de sus temblorosas manos y alcanza a asegurarla con el pestillo, se da vuelta y se recuesta contra ella sin aliento. Respirando tan fuerte que ahora las nubecillas son grandes cúmulos de vapor que salen de su boca. Está sudando y siente que el haber vuelto a ese pueblo fue el error más grande de su vida.

Ahora lo recuerda. Había algo, algo en su casa, algo en ese pueblo, algo que atormentaba a su familia y en especial a él. Una cosa con cierta forma humana, pero a la vez totalmente distinta a cualquier criatura que puede ser hallada en este mundo. De niño no veía televisión, pues cuando lo hacía, esa cosa sucia y oscura de alguna forma se manifestaba en el aparato y le mostraba cosas horribles. Su mente había sepultado todos los recuerdos aberrantes que ahora despertaban uno a uno de su tumba y se reproducían en su mente como una película.

El frío se había vuelto insoportable, la mecedora no dejaba de hamacarse con rechinidos desesperantes y la corriente de aire en la habitación era cada vez más fuerte. ¡La ventana! estaba abierta y lo que fuere que había intentado entrar por la puerta, no tardaría en hacerlo por allí. Desesperado, empujó contra la puerta el mueble del televisor que ahora destellaba el resplandor blanco de la estática y se abalanzó con la mano estirada hacia la ventana, sólo para que sus dedos chocaran dolorosamente contra la fría superficie del cristal. Estaba cerrada, entonces sintió como la mecedora paraba de hamacarse, la corriente de aire desaparecía aunque el ambiente helado se mantenía y hasta intensificaba y por primera vez en mucho tiempo, notó aquella maligna y abrasadora presencia que antes era tan común en su infancia.

Lentamente, se volteó hacia la mecedora que ahora miraba de cara hacia él. Sentada en ella había una criatura con forma humana totalmente negra. era una sombra que no desaparecía ni se deformaba como todas las demás ante la resplandeciente luz blanca del televisor. Estaba desnuda pero no tenía sexo, ni tampoco ombligo, ni rostro. Su piel era negra como el carbón y lisa como una perla; lo rodeaba una especie de aura sucia y oscura, corrompida y marchita que despedía su cuerpo como una especie de humo negro y asqueroso.

El ser putrefacto lo miró y permaneció estudiándolo unos segundos. Matías adivinó que sonreía aunque no poseía boca para hacerlo. Era como si siempre hubiese estado conectado a esa criatura y ella a él. El joven estaba paralizado y solo escuchaba el sonido de la estática en el televisor; entonces aquella cosa levantó ligeramente la cabeza, mirándolo sin ojos, atravesándolo con una mirada intensa y a la vez inexistente. Con una voz profunda y gutural que jamás podría haber sido imitada por ningún humano dijo -Hola Matías, ha pasado mucho tiempo… y me alegro de que hayas venido a visitarme-.

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