Reflexiones sobre el perdón, la conquista, la raza y el espíritu

Ni Freud y Foucault juntos podrían resolver el gran trauma de los mexicanos: la herida que originó lo que hoy conocemos cómo México. Algunos valientes han intentado explicarlo; Octavio Paz, por ejemplo, se dio a la tarea de diagnosticar el problema por medio de las expresiones culturales del mexicano, pero en lugar de respuestas encontró un gran laberinto, el laberinto de la soledad. Y es que, lo que los mexicanos hemos concebido como conquista, mestizaje, aventura, expedición, colonización y modernización debido a la visión eurocentrista que ha regido la educación desde hace casi quinientos años, también fue invasión, vejación, abuso, dolor, exterminación y atraso.

Es lamentable que el mexicano promedio tenga un desconocimiento absoluto de su origen histórico, pero es grave, muy grave, que tenga una férrea arrogancia respecto de su ignorancia. Empero, es entendible que el único recurso que tenga ante lo desconocido sea la mofa y la aversión, justo como sucede con cualquier trauma que no ha sanado. Al igual que en la psicoterapia, el comienzo de la sanación consiste en la construcción de consciencia sobre el hecho que impide la plenitud, en este caso una plenitud social.

Esta construcción debe tener como fundamento el conocimiento de las circunstancias históricas que generaron el trauma. En otras palabras, se debe ubicar en tiempo y espacio el hecho para posteriormente hacer una interpretación de este. Justo aquí, en esta parte del proceso es donde se encuentra la solicitud de una disculpa pública al rey de España. Es parte de la construcción de consciencia.

Siguiendo el ejemplo de la psicoterapia, el paciente, entiéndase México, debe perdonar y ser perdonado por un hecho que, si bien sucedió en el pasado, sus consecuencias son presentes y al igual que el paciente que busca en la terapia una reconciliación y una armonía de su pasado con su presente, México debe buscar en sus orígenes esta reconciliación y armonía para engendrar una resignificación de su esencia y de su espíritu como nación.

Es inexorable que esta resignificación orbite en torno a la interpretación de la invasión española en tierras mexicas, de tal suerte que no sea concebida como una heroica conquista ni tampoco como un celestial y trágico arribo de Quetzalcóatl. Sin duda alguna, la cultura es la luz que va a iluminar este escabroso pero valioso camino. Además, resulta un pecado imperdonable ser indiferente a la rica, casi infinita, cultura mexicana: mezcla de rasgos españoles, orientales, moriscos, purépechas, zapotecas, nahuas, totonacas, y un largo etcétera que compone el acervo histórico y cultural del mexicano.

No es difícil, a México lo puedes conocer por cualquiera de los cinco sentidos. Puedes comerte un delicioso gazpacho moreliano para saber que su origen es una sopa fría preparada en Andalucía. Puedes escuchar una canción norteña para saber que el sonido embelesador del acordeón es de origen vienés, o puedes admirar un mural de Diego Rivera para comprender la apasionante lucha indígena por la libertad. Puedes tocar y sentir las ruinas de Tulum para vislumbrar la importancia que siempre ha tenido el mar para los mexicanos. Sin el mar, México es nada. Puedes escuchar una conversación en náhuatl para comprender por qué se le llama Iztapalapa o Iztacala a lugares donde la sal era abundante. Puedes leer un poema de Nezahualcóyotl para saber que los indígenas eran humanos y humanistas, a diferencia de la concepción española que afirmaba que eran mitad bestias y mitad hombres. Puedes simplemente no desaprovechar la oportunidad de ser mexicano.

Insisto y me excuso de ser redundante, que todo el proceso de construcción de consciencia es imposible sin la capitalización de conocimiento sobre nuestro origen. Y sí, sin ningún titubeo, a la luz de las anteriores reflexiones, la solicitud de una disculpa simbólica del actual Estado español, representado por el rey Felipe de España es un acierto en la construcción de consciencia. Sólo así, siendo y estando conscientes de lo anterior sabremos que somos una raza, una raza de bronce, una raza dorada, una raza cósmica, una raza legendaria, una raza que ha luchado, una raza que ha sido vencida pero que también ha vencido. Sólo así sabremos que será nuestro espíritu el que hable por ella.