El suceso del Consenso de Washington, fue crucial para el cambio en la política económica de México que además de construir el nuevo modelo económico (el llamado “neoliberalismo”) también implicó la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN); como menciona Lichtesztejn: “ha sido en torno a sus decisiones y propuestas que han girado gran parte de los destinos y los vaivenes que experimentaron diversas naciones y vastos sectores sociales” (Lichtensztejn, 2010: 10) ha traído más desgracias que ventajas, y no solo a México, sino también para muchos países latinoamericanos en quienes se ha tratado de implantar el mismo modelo con implicaciones diferentes y resultados por demás poco satisfactorios.
Ahora bien, para hacer un análisis de las contradicciones que provocó el Decálogo de la junta en Washington, hay que mencionar que es lo que nos ocurría como país por esos años y que de acuerdo con los mandatarios nacionales fue un movimiento necesario en ese momento. Para principios de los 90’s, la política mexicana buscaba una forma de salir de las fuertes crisis de la década pasada, y sumándole, el tratar de “limpiar” la imagen del presidente en turno[1], para lograr la comunión entre la sociedad y el poder político. En ese orden de ideas, el gobierno mexicano creyó que era necesario un cambio de política económica, ya que la creciente apertura de los mercados a una economía internacional, obligaba a una construir una infraestructura mexicana para poder competir con los demás mercados. Asimismo, como ya es sabido, los Estados Unidos siempre han estado involucrados con las decisiones económicas del país.
“Para ese momento ya se hablaba abiertamente de la transición mexicana de una economía cerrada a una abierta, de un Estado interventor a una economía de mercado y se llegó al extremo de calificar a las reformas económicas como comparables a las emprendidas por la Unión Soviética, solamente que en este caso se les consideró además como altamente exitosas.” (Cordera, “s.a.”: 9)