Foto de Luz Fuertes en Unsplash

Oso y Big Mac



A él le decían el Oso, y no era precisamente por su complexión corpulenta, ni por el color de su piel, ni siquiera tenía que ver con la abundancia de vello corporal; el apodo se refería a su pelo que, por lo brillante, renegrido y aceitoso, parecía peinado con la cera de zapatos. A veces manejaba un taxi y vivía sobreprotegido por su madre; el Oso a pesar de alcanzar casi los treinta años era un irresponsable, a duras penas había terminado la secundaria, no había querido seguir estudiando y entre una cosa y otra no había encontrado su verdadera vocación, -ya encontrará algo- decía su madre con la voz aguda y nasal que la distinguía– al fin que no tiene obligaciones.

A ella le decían la Big mac, sus cuñadas así la llamaban porque era madre soltera de una niña y un niño, -viene en combo, con papas y refresco- decían, y celebraban el chiste cada vez que lo explicaban como si fuera algo graciosísimo; veían la paja en el ojo ajeno, sin importarles mucho que a una de ellas el marido la embarazó a los dieciséis años y le ponía los cuernos con todas las que podía y a la otra el marido le resultó un holgazán al que ella mantenía. Big mac era una ingenua de 22 años, que se creía avezada en cuestiones amatorias y románticas, de sus ex parejas decía: -les quedó grande la yegua a los muy zopencos- y estaba convencida que de un modo u otro encontraría el amor que todo lo puede, como el de los que salen en la tele.

El Oso no buscaba el amor, se daba aires de eterno y codiciado soltero al que ninguna mujer merecía; quería una mujer obediente y cariñosa, con la que pudiera tener muchos hijos, para que su mamá estuviera feliz rodeada de sus nietos; su madre decía que la mujer perfecta para él aparecería en algún momento, y con perfecta se refería a una chica que se dejara manipular por ella, para eso ella había educado a su hijo como todo un hombrecito, para que ninguna vieja viniera a quererlo mangonear, y también estaba ella, que bien sabía lo que les convenía. Y su mamá siempre tenía razón.

Big mac era desafortunada en el amor, sus efímeros y fecundos romances no habían servido más que para dejarle un par de chamacos de los que ella sola se hacía cargo. Se dedicaba a las ventas, esto le permitía ocuparse de sus hijos y mantenerse, sabía que con sus hermanos no podía contar, su madre nunca había fomentado el amor fraternal y cuando murió dejándolos adolescentes, cada uno se acostumbró a ver para su santo. Lo que más deseaba era formar una familia, y cada vez que lo intentó, terminó decepcionada y con una boca más que alimentar, tal vez por eso soportaba la convivencia horrible con sus hermanos y sus cuñadas, le gustaba jugar un poco a la familia feliz, donde los niños juegan y los adultos se llevan bien; pero lo que sucedía es que recibía constantes burlas, sus hermanos la acosaban preguntándole por qué no podía retener un hombre, seguro todo era su culpa por ser tan aferrada, a los hombres no les gusta que los estén molestando todo el tiempo y mientras le decían esto, sus cuñadas asentían como si sus maridos estuvieran diciendo verdades irrefutables.

El Oso vio que una chica acompañada de sus dos hijos le hacía la parada, pensó que estaba muy guapa y mientras la llevaba a su destino le iba haciendo plática y tratando de hacerse el gracioso con los niños, le dijo que era una mujer muy bonita que no debía de andar sola, necesitaba alguien que la cuidara, trabajo que él estaba dispuesto a hacer porque era un caballero. Cuando la dejó se fijó muy bien en la calle, dejaría pasar unos días para hacerse el aparecido y poder invitarla a bailar y tomar la copa, ojalá tuviera con quien dejar a los escuincles, no tenía ganas de andar cargando con problemas.

Big mac andaba emocionada, sentía que por fin había encontrado lo que necesitaba, un hombre fuerte que pudiera ser una figura paterna para sus hijos, es cierto que a él no le gustaba salir con los niños pero ya se iría acostumbrando, a lo mejor ahora que vivieran juntos como él le había propuesto, las cosas mejorarían; los enseñaría a llamarlo papá, eso le iba a gustar; iba a estar chistoso porque su nena era más bien güera, y cuando la gente la viera decirle papá… Bueno, pues ni modo de andarle explicando a todo el mundo. Lo que no acababa de gustarle era eso de irse a vivir a casa de su suegra, la señora se comportaba muy amable pero siempre le parecía mal todo lo que ella hacía: qué si traía la falda muy zancona, qué por qué traía al niño tan destapado, qué mejor se fuera temprano porque una señora no debería andar en la calle tan noche; en fin, después lo convencería de buscar un lugar para vivir ellos solos.

Al Oso le parecía que su mamá tenía toda la razón de estar enojada, si le había hecho el favor de recibir a Big mac con sus dos hijos, ella debería estar agradecida y ayudarle con las labores del hogar, además su mamá ya estaba ruquita y no podía con la casa ella sola y la otra para eso era mujer, su mujer, y su obligación era ocuparse de la casa; también eso de andar vendiendo chucherías es una tontería, para eso él era muy hombre y podía mantenerla, incluso a los mocosos que no eran suyos, exacto, esa era la solución, ya era hora de encargar un hijo que sí fuera suyo, un machito por supuesto, para que fuera como su papá, y luego otro y todos los que Diosito les mandara; porque así deben estar las viejas, como las escopetas: cargadas y detrás de la puerta.

Big mac  sentía que odiaba a su suegra, era una metiche que de todo opinaba, se acercaba con su andar cansado de elefanta vieja y el gesto agrio, luego se dejaba caer en un sillón y mientras jadeaba para recuperar la respiración, comenzaba a darle órdenes y recordarle lo bueno que era su hijo para ella, por haberla aceptado con sus dos hijos, Papitas y Chesco les decían, esto le enojaba mucho, a ella podían decirle Big mac, pero odiaba que les dijeran algo a sus hijos; incluso el Oso les decía así, a pesar que ella le pedía que les llamara por su nombre o les dijera hijos, a lo que él había respondido que les decía así de cariño y que era una exagerada; ella no quiso discutir, esperaba el momento oportuno para decirle que estaba embarazada y con ese pretexto tratar de que buscaran otro lugar para vivir.

El Oso estaba feliz, ¡Big mac estaba embarazada! Ya habían tenido al junior y ahora lo había vuelto a hacer, ojalá otra vez tuvieran un niño, así por fin la Big mac dejaría de andar vendiendo sus cochinadas, su mamá le dijo que él era el hombre de la casa y no estaba bien que su mujer anduviera ofreciendo quién sabe qué a quién sabe quién, la gente iba a pensar que no le alcanzaba con lo que él le daba, y su mamá siempre tenía razón, él podía mantener a su familia, aunque fuera descalza y comiendo frijoles. Ahora con este nuevo hijo, las cosas cambiarían, la Big mac se tranquilizaría y a lo mejor ya no sería necesario darle sus cachetadas para que se calmara; ahora si serían una familia feliz, – ¿sería posible mandar a la Papitas y al Chesco a vivir con sus tíos? – Se preguntaba.

Big mac tomó una decisión, les pediría ayuda a sus hermanos, aunque hacía mucho que no los veía, casi desde que se vino a vivir con el Oso, porque él decía que la trataban muy mal y que no tenía por qué soportar malos tratos. Sólo sería por un tiempo en lo que ella tenía al bebé y podía volver a las ventas, volvería a empezar, lejos del Oso, de su suegra y después de un tiempo hasta de sus hermanos. Sólo esperaría a reunir algo de dinero y a que se le borraran los moretones de la cara para llamarlos.

El Oso recordaba cómo lloraba abrazado a las rodillas de su madre, cómo le escurrían los mocos y las lágrimas mientras le contaba todo lo que Big mac le había dicho y cómo no habían servido las amenazas de quitarle a los hijos, ni las promesas de ya no volverle a pegar; recordaba que ella le dijo que se iba y que no era necesario que la buscara, ni a ella ni a sus hijos, ella podía mantenerlos sola y que esperaba no volver a verlo nunca, recordaba que su madre le dijo que ella no lo había educado así, que tenía que hacer todo lo posible por retener a su mujer y mantener a su familia unida, y su mamá siempre tenía razón. Recordaba todo esto mientras apretaba con todas sus fuerzas la garganta de Big mac y sentía las uñas de ella clavarse en sus manos.


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Sobre el autor

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HERNÁNDEZ MARTÍNEZ Diana Consuelo
Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras |  ✚ Ver más publicaciones del autor

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