Se despertó a media noche asustada porque escuchó gritos, su padre insultaba a su mamá y ella lloraba, sabía que la estaba golpeando, los puñetazos que le daba a su madre tenían un sonido característico que aprendió a reconocer; es curioso cómo se aprenden a diferenciar los sonidos, las bofetadas suenan diferentes a los puñetazos y también a las patadas, pero el sonido que le ponía la carne de gallina y le hacía sentir un nudo en la garganta, era el del cinturón, el silbido al cortar el aire antes de caer en el cuerpo de su madre la aterrorizaba; tal vez más que el monstruo. Su mamá le pedía que se detuviera, que la dejara irse y llevarse a su hija, oyó la carcajada burlona de su padre, nunca las dejaría irse, estaba loca si creía que podía hacer lo que quisiera ¿Quién se creía que era para pensar siquiera en dejarlo? Ella no valía nada, nada. Se cubrió la cara con la cobija para que el monstruo no se diera cuenta que estaba despierta, le tenía mucho miedo.
Los ruidos cambiaron, se escucharon otros gritos, puertas que se azotan, forcejeos; su padre seguía con insultos, ya no escuchaba a su madre llorando, alguien le preguntaba si estaba bien y ella respondía que sí, que por favor se lo llevaran; ella tenía que ver si su hija estaba bien, si claro, mañana iría a ratificar la denuncia, ahora tiene que subir, por favor, si gracias, de verdad estaba bien, no, al hospital no, la niña se asustaría.
Oyó la puerta cerrarse y luego los pasos de su mamá subiendo la escalera, la llamó por su nombre; ella le dijo que escuchó todo y que prendiera la luz, mamá no quiso, dijo que mejor la dejara dormir en su cama, supo que no quería que viera los golpes, se hizo a un lado y mamá entró en las cobijas y se acurrucaron juntas, le preguntó que ahora qué iba a pasar, mamá dijo que todo iba a estar bien, buscaría un trabajo y ya no tendrían miedo, ella le creyó.
Dentro del clóset, vio brillar unos ojos amarillos horribles, distinguió una sonrisa de dientes afilados, la boca, babeante, se fue cerrando hasta formar un círculo mientras un dedo largo y peludo de grandes garras se posaba sobre los labios indicándole silencio. Ella sonrió, asintió y se quedó dormida.
Publicado en el número

vol. II, núm. 1, enero-marzo 2019
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